30 diciembre 2005

EL COLOR DE UNA VIDA

Ante la hoja en blanco, al igual que ante un lienzo, se acumulan los recuerdos. Una mirada atrás me hace revivir emociones que en otro tiempo viví con intensidad, pero sin conciencia. Necesarios son los recuerdos, me digo, que endulzan, a veces amargan y otras tantas salpimentan la existencia: Sabores, colores, emociones... sensaciones que ahora, ya pasadas por el tamiz del tiempo, se asemejan a pinceladas de la paleta de la vida. Esta vida que hasta ahora, recuerdo, está manchada de intensos rojos apasionados, dolorosos, crédulos, primitivos...; de blancos áridos, agobiantes, cargados de desazón; de verdes amargos, esperanzados, reflexivos, críticos, de hiel, racionales, teóricos, flexibles, tiernos...; de azules fríos, racionales, maduros, seguros, apacibles...; de naranjas entusiastas, optimistas, esplendorosos... y últimamente el elegante violeta, con su tinte de añoranza... y término de viaje...

Mi paleta ha sido variopinta. La incansable búsqueda de la belleza me ha transportado a lugares concretos o imaginados pero vistos con los ojos de la emoción. He buscado la luz, la penumbra, la sombra, el brillo, la oscuridad, la medida, la alegría, la tristeza, el espacio, el tiempo, la compañía, la soledad... y los he intentado colocar en el sitio adecuado a mi visión de lo bello, para que colgados del instante del tiempo, sirvan de recreo a la vista.

Mis experiencias vividas son las que fueron creando esta surtida paleta. Fueron ellas las que se incorporaron en la cantidad adecuada, el tono y la proporción justas, para que cada pincelada se precipitara sobre el lienzo, unas veces con serenidad, medida y cautela, incluso miedo, y otras con la fuerza e intensidad que el estado de ánimo me dictaba. Siempre he pintado mi visión del mundo dejándome llevar del corazón.

Así es cómo me expreso. Pero mejor que lo diga mi obra. Para eso la creé. Mi obra es mi corazón. Con él hablo en ella. Julia.

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