Las manos hablan. Algunas veces más que las
palabras. Incluso más que cualquier imagen. Sólo con observar esa parte del
cuerpo se puede comprobar que las manos van indefectiblemente unidas a la
persona que las merece: Manos grandes, seguras; pequeñas, espontáneas; anchas,
detallistas, afectivas; largas, soñadoras; blancas, delicadas; regordetas,
cortitas, nervudas, arrugadas, tersas…
Cuando yo tenía doce años, una vecina de la tita Emilia,
en la calle Cerrada de Serranos, cuidaba sus manos con glicerina y limón para
que se mantuvieran siempre blancas y suaves. De este modo aparentaba finura y
delicadeza; una moda que pretendía disimular la clase humilde a la que se
pertenecía. Yo las admiraba recordando aquellas de los cuentos de princesas que
leía en lugar de las horas de estudio.
Las manos también siguen la moda para los hombres.
Menos preocupados por su aspecto, tenerlas rudas y llenas de callos era, al
menos en mi juventud, signo de trabajo y responsabilidad, o virilidad…
Siendo
jovencita, cuando ayudaba en algún trabajo físico en el que debía usar un
martillo o algún otro apero por mucho tiempo, me quejaba de las huellas que
causaban los instrumentos en mis manos. Mamá me decía que debía estar orgullosa
de las grietas, ampollas o callos, ya que significaban que era una niña muy
trabajadora. Sin embargo, cuando comencé a trabajar de maestra con diecinueve
años, tenía que cuidarlas… Entonces mis manos debían tener un aspecto delicado.
Manos de “señorita”.
En un acontecimiento social no sólo es importante el
vestido o el arreglo facial, las manos juegan un papel esencial. En esas
circunstancias, una no sabe cómo ponerlas, o dónde colocarlas, tiende a
ocultarlas torpemente. Se tiene la sensación de que todas las miradas se
concentran en ellas y se recurre al bolso que suele sacar de apuros...
Hubo un tiempo en que iba con asiduidad a
espectáculos de Ballet. Me embelesaba con el movimiento ondulante y armonioso
de las manos de la bailarina pintando en el aire líneas invisibles al ritmo de
la música. Eran un hechizo para mí. Sus movimientos se me presentaban tan expresivos,
que más que danzar cantaban…Eran a la vez música y palabra. O música, palabra y
color…Y es que las manos pueden tocar, acariciar. Pueden hablar, cantar, expresar,
pintar…
Hace tiempo que
venía pensando en crear un blog sólo para exponer mis trabajos en seda. Después
de varios intentos y algunos fracasos, he conseguido abrir éste que se llama
JARA/ SEDAS. Os invito a entrar en él y dar vuestra opinión.
Nace sólo con el deseo de exponer otra forma
de expresarme con las manos; Descubrir la delicadeza y elegancia de la seda y
desear que mis manos os muestren cómo soy.
beJARAno