21 octubre 2009







PAISAJES SENTIDOS


“Me encantan esos tiempos muertos de los viajes en los que no hay nada que hacer, excepto pensar.”



Siento no poder hacer referencia a la persona que la dijo. Sólo me fijé en la frase escrita sobre la fotografía de una mujer hermosa, rayana en los cuarenta.
Después de leída, acaricié con la vista otra vez a la mujer de la revista. Confirmé que era hermosa, quizá con esa hermosura que regala la edad. Tenía unos ojos claro-grisáceos y por sus pecas y el tono de sus cejas supuse que era pelirroja, ya que los cabellos se confundían, en la penumbra, con el fondo de la foto. No me importó en aquel momento saber quién era la dama, sino qué expresaba. Me sentí en consonancia con su pensamiento. Me disgusta viajar, no por el hecho de conocer nuevos lugares sino por la incomodidad de tener que hacerlo en coche, (me mareo) o soportar los largos recorridos en tren sentada durante muchas horas en la misma postura y que mi maltrecha circulación me pase factura. Desde luego que prefiero el tren por lo cómodo, y porque aunque viaje en compañía, puedo elegir estar sola... Como el viaje por la vida…
Porque la vida es como un viaje; las metas siempre claras, se mantienen lejanas y cambian muy poco, mientras la vida diaria pasa y la consumimos con tanta celeridad que apenas la saboreamos. Lo mismo que el paisaje observado a través de la ventanilla del tren; lo cercano pasa veloz y velado para nuestra retina, mientras la lejanía aparece a nuestros ojos como estática e inalcanzable. Los árboles nos impiden ver el bosque. Es en esos instantes cuando empiezo a repasar acontecimientos vividos, a sopesarlos, a tratar el modo de retocarlos, buscarles coherencia o justificación…O fantaseo con nuevos objetivos, planeo actividades futuras, dejo que mi fantasía trabaje para olvidarme del maldito viaje.
A veces, cuando miro por la ventanilla y veo un hermoso paisaje con gentes atareadas que trabajan ensimismadas en el quehacer diario, pienso si ellos serán conscientes que forman parte de ese hermoso paisaje, que son protagonistas de la belleza de un cuadro. Y lo pinto con el pensamiento, juego con los colores, con los personajes, con la composición.
De esta manera voy cavilando sobre mi pasado, presente y futuro: Analizo y sopeso actuaciones o decisiones que tomé o no a la ligera, hago mis consideraciones sobre lo que hice bien o mal y así poder aprender de mis errores o aciertos; Estudio las actuaciones que he de acometer llegada al destino; A veces, distraigo la mirada en el paisaje, que va cambiando al ritmo del tren. Siempre hay alguna imagen que me distrae por momentos de mis cavilaciones anteriores y me sumerge en otras más sugerentes; saco mi pincel mental, esbozo sombras por aquí, luces por allá, mezclo colores, telas, papeles… Voy al ritmo del tren, de pensamiento en pensamiento, de imagen en imagen o de uno a la otra... Paso con tanto placer por tantas historias interiores y exteriores que el viaje se hace incluso placentero. Me pareció más corto de lo esperado. La única contrariedad es advertir que la llegada a destino supone la lejanía de mi mundo diario, de mi casa y de los míos. Pero todo es vida y también la vida me espera a la llegada.

A galope sobre el ARCO-IRIS




Sentada en la vieja mecedora del yayo miro las plantas del patio y las observo un poco desangeladas. Me doy cuenta que algunas están con necesidad de poda y otras amarillean un poco. Estaban espléndidas hace unas semanas a pesar de los rigores del sol, pero el toldo y los continuos riegos las han protegido. Hoy, el verde de la hierbabuena, del perejil, la palmera, los potos, heliotropos y rosales, ha comenzado a amarillear y las flores apenas declaran su color. Después caigo en la cuenta que ha empezado el otoño aunque aquí en Murcia aun no nos hemos dado cuenta. Todavía hace calor, pero ya se perciben colores otoñales en el ambiente.
Delante de mi ventana sobre el ordenador en el que escribo habitualmente, apenas hace unos días podía relajarme contemplando el diferente verde que la luz reflejaba entre las moreras que adornan mi calle y me impedían curiosear a los vecinos de enfrente. Ayer mismo las visitaron los empleados del Ayuntamiento y les fueron cortando, hoja a hoja y rama a rama, los recuerdos cálidos del verano, de las siestas y de las vacaciones hechas para descansar en las que nadie descansa. Las hojas verdes han dado paso a una luz más fría, limpia, triste y apagada que deja ver también a los vecinos asomados a la ventana para encender un cigarrillo, a escondidas del no fumador.
Todos los años igual. Siempre la misma rutina. Cada año vuelve el otoño, cada año repetimos los mismos quehaceres: Se podan los árboles que piden a gritos una renovación para romper con nueva imagen la futura primavera; Empieza el colegio y los niños, cansados del bullicio de los adultos con sus pesadas normas bajo el brazo, anhelan el bullicio de sus amigos y compañeros en el patio de la escuela; Se guarda la ropa de verano, se saca la ropa de abrigo, nos desprendemos de la que no nos sirve o compramos la que necesitamos en ese ir y venir a los grandes almacenes. Y repetimos…
Es un tiempo de renovación y de letargo: Nos despojamos de lo que ya no nos vale y nos preparamos para recogernos a la solana de nuestros hogares, lejos del ruido social y cerca de los nuestros…
Mientras tanto, como queriendo hacer invisible el truco de magia transformador de la vida, todo va adormeciéndose; Los árboles desnudos disimulan que forman parte del paisaje; Las plantas ocultan sus semillas para sorpresa de venideras primaveras; La gente huye de los espacios bulliciosos que el verano emborrachó de ruidos y sudor para volver a renovar su espíritu. La tierra va envolviendo las semillas que luego se convertirán en arco-iris de color…Y los colores!… los colores, tostados por el ardiente sol del pasado verano, se van transformando en hermosos amarillos, divinos dorados, espléndidos ocres, dulces sienas y toda una gama de matices que disponen al alma a la introspección, a la reflexión interior, al recogimiento.
El color!...El color me devuelve a la realidad. Hoy intento celebrar mi humilde homenaje al color, ese duende que ha llenado mi vida de placidez y alegría. Mientras me recreo con estos pensamientos, me olvido que debo prepararme para la inauguración. Me levanto de la mecedora, voy impaciente de acá para allá, yendo y viniendo sin saber a qué, abriendo cajones, sacando ropa, pidiendo opinión sobre lo adecuado de esto o lo otro… Sin apenas darme cuenta, el tiempo se me echa encima. Busco un espejo y me miro intentando tranquilizarme. La imagen que veo a través de él me devuelve una LiannaMons más sofisticada y distante que la que diariamente se enfunda en la bata y los vaqueros salpicados de pintura. Es posible que tenga unas cuantas arrugas más tras el maquillaje con el que trato de ocultarlas cuando la ocasión lo requiere. El pelo, tan sumamente corto y blanco, brilla inusual gracias a la cera que Galia me prestó esta mañana. Creo que le añade un toque elegante. Me resulto atractiva. No soy yo, pero me gusto. Fue un acierto comprar esta túnica de gasa de seda estampada, “tapalotodo” que disimula mis decadentes formas. El pantalón negro y los zapatos a medio tacón realzan un poco mi figura… ¡Qué buena estás!, diría el profesor con complacencia.
Me contemplo unos instantes…Ahora que nadie me ve, ensayo posturas, miradas, perfiles que me sorprendan favorablemente, como si los viera en otra persona. Necesito observar hasta el más mínimo detalle la imagen de la Lianna sofisticada que me devuelve el espejo, como si no fuera yo, como si fuera una persona ajena a la que puedo criticar sin piedad. La aprobación que yo le dé me ayudará a encontrarme más segura delante de las personalidades que concurran esta noche a la inauguración.
Me recoge Galia en su coche, pero como la acompaña su nueva pareja con la que no empatizo, me distraigo con nuevos pensamientos…
Una mirada atrás me hace revivir emociones que en otro tiempo viví con intensidad, pero sin conciencia. Necesarios son los recuerdos, me digo, que endulzan, a veces amargan y otras tantas salpimentan la existencia: Sabores, colores, emociones... sensaciones que ahora, ya pasadas por el tamiz del tiempo, se asemejan a pinceladas de la paleta de la vida. Esta vida que hasta ahora, recuerdo, está manchada de intensos rojos apasionados, dolorosos, crédulos, primitivos...; de blancos áridos, agobiantes, cargados de desazón; de verdes amargos, esperanzados, reflexivos, críticos, de hiel, racionales, teóricos, flexibles, tiernos...; de azules fríos, racionales, maduros, seguros, apacibles...; de naranjas entusiastas, optimistas, esplendorosos... y últimamente el elegante violeta, con su tinte de añoranza y término de viaje.
Mi paleta ha sido variopinta. La incansable búsqueda de la belleza me ha transportado a lugares concretos o imaginados pero vistos con los ojos de la emoción. He buscado la luz, la penumbra, la sombra, el brillo, la oscuridad, la medida, la alegría, la tristeza, el espacio, el tiempo, la compañía, la soledad... y los he intentado colocar en el sitio adecuado a mi visión de lo bello, para que colgados del instante del tiempo sirvan de recreo a la vista.
Mis experiencias vividas son las que fueron creando esta surtida paleta. Fueron ellas las que se incorporaron en la cantidad adecuada, el tono y la proporción justas para que cada pincelada se precipitara sobre el lienzo, unas veces con serenidad, medida y cautela, incluso miedo, y otras, con la fuerza e intensidad que el estado de ánimo me dictaba. Siempre intento pintar mi visión del mundo dejándome llevar del corazón.
Y hete aquí frente a mi obra y frente a las personalidades que esta noche han de juzgarla o de juzgarme.
El único pensamiento que me asalta es el de huir muy lejos, con mis obras, a lomos de Pegaso y al galope sobre el arco-iris…