31 octubre 2010

DESDE MI VENTANA EL MAR NO SE VE

GRISES
 
  Amaneció una mañana de duro invierno.  Desde mi ventana el cielo se ve gris. Amenaza nieve. La calle está casi vacía y apenas dos o tres parejas enfundadas en gruesos chaquetones circulan con rapidez para no sentir la raspa. Sin embargo, los coches parece que circulan más lentamente, como si estuvieran entumecidos. En Murcia vemos pocos días tan fríos, pero este invierno ha sido especialmente crudo.
  Delante del ordenador en el que escribo, la actividad de la calle, el ir y venir de transeúntes y la algarabía de las conversaciones entrecortadas, hacen un poco más llevadero mi quehacer diario. Hasta lo motivan. Incluso, diría yo, que hacen terapia sobre mi ánimo. Con la persiana a media luz observo y no me siento observada, relajo la vista cansada de fijarla en la pantalla del ordenador, ejercito colores y formas de lo que pasa o se mueve, hago introspección mezclando pasado y presente aliviando así mi soledad. Esto me ayuda a comenzar el día con más energía, a desconectar del resto de quehaceres, a pensar poniendo distancia para ver más claro. Valorar, recapacitar; otra manera de trabajar. O de vivir, según se mire…
  Este ventanal forma parte de mi “Estudio”, un mini-espacio en el que sólo hay cabida para unas cuantas cajoneras (archivo de todos mis papeles) que me sirven a la vez de mesa de trabajo, soporte del ordenador e impresora y que hace las veces de despacho, estudio, observatorio, mirador… Sobre todo eso, mirador. Cuando me acomodo frente a él desenchufo mi mente de todo lo relacionado con el resto de la casa, conecto con mi mundo interior y empiezo a divagar… Un lugar entre dos ventanas (la del ventanal delante y la de mi habitación detrás) y dos puertas (que dan al dormitorio y al salón) Asemeja una cabina.
  Así ubicada me siento como si estuviera dentro de una pompa de jabón, que puedo dejarme llevar por el viento en un globo de colores o que me dirijo a otros mundos en mi particular nave espacial. Sólo la dirijo yo. Soy la dueña de todas las imágenes que pasan por mi retina y por mi mente. Desde este mirador puedo observar, tanto a los vecinos del edificio de enfrente que a veces asoman curiosos entre las cortinas o fuman furtivamente para ocultarse del no fumador, como a los transeúntes que circulan por su acera y también a los de la acera debajo de mi ventanal. Y entonces, me siento con el poder de tocar con mi varita mágica el interior de cada uno y sacar esa historia oculta que ni yo misma conocía. Sus historias no son sus historias, son ya mis historias…
  Debajo de este observatorio hay una oficina de Correos y apenas comienza el día me despiertan los empleados con el ruido monótono y machacón de los matasellos golpeando los sobres de correos. No me molesta, ya forma parte de la rutina con la que comienza la jornada diaria, como si fuera el despertador de mi mesilla de noche o el toque de diana de un cuartel. Me alerta de que otro día nuevo se acerca y que dejé atrás el que me hará un día mayor…  
  A pesar de ello me gusta pensar que soy yo la que aprieta el botón para que todo comience a cobrar vida…
  Y a partir de este momento la calle es un ir y venir de gente; Se oyen las conversaciones de personas entrando en la oficina, gente que va a negociar sus asuntos o los de otros… Incluso se aprecia, por su acento, que hay una mayoría de inmigrantes entre los que pretenden gestionar algo aquí.
   Los niños, con voz adormilada, semblante serio y cargados con sus mochilas pasan camino del colegio que está a dos pasos de mi casa. Algunos llevan la desgana o el sueño retratados en sus rostros. Es entonces cuando voy abriendo la paleta de colores y el cuaderno de bocetos…; Niños mayorcitos que llevan a sus hermanos pequeños de la mano; éste, rubio, con el pelo tieso como las púas de un erizo; aquel de pelo moreno con el brillo tan intenso que parece que acaba de salir de la ducha; la niña con sus mallas estampadas y el lacito cursi en el pelo...
  Y la mamá dando las mismas recomendaciones de todos los días del curso; Pórtate bien, no te pelees con fulanito, cómete el bocadillo…
  Estas y otras observaciones me traen recuerdos de otros momentos más personales; Mi trayectoria profesional, mis alumnos.  El pensamiento busca semejanzas con otros niños, buscándolos para situarlos en aquel lugar, acoplándolos en un entorno más familiar, con los suyos, evocando anécdotas, recreando historias que estaban ya casi olvidadas… Son tantos niños, son tantos lugares, son tantos compañeros, tantas satisfacciones, tantos sinsabores, tantas alegrías, y penas, y tristezas…Y… ¡Tantas emociones!...
  Y ya no estoy aquí… Mi nave levanta el vuelo…
  Pero hoy apenas hay historias. Quizá un toque de color en la ropa de las personas que pasan ateridas y el negro o verdoso tono de algún coche rompen la monotonía gris del paisaje.   
  Se me antoja que hasta el gris de esta mañana fría se puede salpicar de algún rojo bermellón, de dos o tres gotas de amarillo cadmio y algún toque en verde, para componer un abstracto con cualquier título sugerente…  
  Pero, desde mi ventana, hoy el mar se ve gris