GRISES
Amaneció una mañana
de duro invierno. Desde mi ventana el
cielo se ve gris. Amenaza nieve. La calle está casi vacía y apenas dos o tres
parejas enfundadas en gruesos chaquetones circulan con rapidez para no sentir
la raspa. Sin embargo, los coches parece que circulan más lentamente, como si
estuvieran entumecidos. En Murcia vemos pocos días tan fríos, pero este invierno
ha sido especialmente crudo.
Delante del
ordenador en el que escribo, la actividad de la calle, el ir y venir de
transeúntes y la algarabía de las conversaciones entrecortadas, hacen un poco
más llevadero mi quehacer diario. Hasta lo motivan. Incluso, diría yo, que
hacen terapia sobre mi ánimo. Con la persiana a media luz observo y no me
siento observada, relajo la vista cansada de fijarla en la pantalla del
ordenador, ejercito colores y formas de lo que pasa o se mueve, hago
introspección mezclando pasado y presente aliviando así mi soledad. Esto me
ayuda a comenzar el día con más energía, a desconectar del resto de quehaceres,
a pensar poniendo distancia para ver más claro. Valorar, recapacitar; otra
manera de trabajar. O de vivir, según se mire…
Este ventanal forma
parte de mi “Estudio”, un mini-espacio en el que sólo hay cabida para unas
cuantas cajoneras (archivo de todos mis papeles) que me sirven a la vez de mesa
de trabajo, soporte del ordenador e impresora y que hace las veces de despacho,
estudio, observatorio, mirador… Sobre todo eso, mirador. Cuando me acomodo
frente a él desenchufo mi mente de todo lo relacionado con el resto de la casa,
conecto con mi mundo interior y empiezo a divagar… Un lugar entre dos ventanas
(la del ventanal delante y la de mi habitación detrás) y dos puertas (que dan
al dormitorio y al salón) Asemeja una cabina.
Así ubicada me
siento como si estuviera dentro de una pompa de jabón, que puedo dejarme llevar
por el viento en un globo de colores o que me dirijo a otros mundos en mi
particular nave espacial. Sólo la dirijo yo. Soy la dueña de todas las imágenes
que pasan por mi retina y por mi mente. Desde este mirador puedo observar,
tanto a los vecinos del edificio de enfrente que a veces asoman curiosos entre
las cortinas o fuman furtivamente para ocultarse del no fumador, como a los
transeúntes que circulan por su acera y también a los de la acera debajo de mi
ventanal. Y entonces, me siento con el poder de tocar con mi varita mágica el
interior de cada uno y sacar esa historia oculta que ni yo misma conocía. Sus
historias no son sus historias, son ya mis historias…
Debajo de este
observatorio hay una oficina de Correos y apenas comienza el día me despiertan
los empleados con el ruido monótono y machacón de los matasellos golpeando los
sobres de correos. No me molesta, ya forma parte de la rutina con la que
comienza la jornada diaria, como si fuera el despertador de mi mesilla de noche
o el toque de diana de un cuartel. Me alerta de que otro día nuevo se acerca y que
dejé atrás el que me hará un día mayor…
A pesar de ello me
gusta pensar que soy yo la que aprieta el botón para que todo comience a cobrar
vida…
Y a partir de este
momento la calle es un ir y venir de gente; Se oyen las conversaciones de personas
entrando en la oficina, gente que va a negociar sus asuntos o los de otros… Incluso
se aprecia, por su acento, que hay una mayoría de inmigrantes entre los que
pretenden gestionar algo aquí.
Los niños, con voz adormilada, semblante serio
y cargados con sus mochilas pasan camino del colegio que está a dos pasos de mi
casa. Algunos llevan la desgana o el sueño retratados en sus rostros. Es
entonces cuando voy abriendo la paleta de colores y el cuaderno de bocetos…;
Niños mayorcitos que llevan a sus hermanos pequeños de la mano; éste, rubio,
con el pelo tieso como las púas de un erizo; aquel de pelo moreno con el brillo
tan intenso que parece que acaba de salir de la ducha; la niña con sus mallas
estampadas y el lacito cursi en el pelo...
Y la mamá dando las mismas recomendaciones de
todos los días del curso; Pórtate bien, no te pelees con fulanito, cómete el
bocadillo…
Estas y otras
observaciones me traen recuerdos de otros momentos más personales; Mi
trayectoria profesional, mis alumnos. El
pensamiento busca semejanzas con otros niños, buscándolos para situarlos en
aquel lugar, acoplándolos en un entorno más familiar, con los suyos, evocando
anécdotas, recreando historias que estaban ya casi olvidadas… Son tantos niños,
son tantos lugares, son tantos compañeros, tantas satisfacciones, tantos
sinsabores, tantas alegrías, y penas, y tristezas…Y… ¡Tantas emociones!...
Y ya no estoy aquí…
Mi nave levanta el vuelo…
Pero hoy apenas hay
historias. Quizá un toque de color en la ropa de las personas que pasan ateridas
y el negro o verdoso tono de algún coche rompen la monotonía gris del paisaje.
Se me antoja que
hasta el gris de esta mañana fría se puede salpicar de algún rojo bermellón,
de dos o tres gotas de amarillo cadmio y algún toque en verde, para componer un abstracto con cualquier
título sugerente…
Pero, desde mi ventana, hoy el mar se ve gris…