03 diciembre 2017

DESDE MI VENTANA EL MAR NO SE VE



 “A GALOPE SOBRE EL ARCO-IRIS”


 
  Sentada en la vieja mecedora del yayo contemplo las plantas del patio. Las veo un poco desangeladas. Me doy cuenta que algunas están con necesidad de poda y otras amarillean un poco. Estaban espléndidas hace unas semanas a pesar de los rigores del sol, pues el toldo y los continuos riegos las han protegido. Hoy, el verde de la hierbabuena, del perejil, la palmera, los potos, heliotropos y rosales, comienzan a amarillear y las flores apenas declaran su color original. El calor del verano las ha agostado, pienso. Después, caigo en la cuenta que ya ha empezado el otoño, aunque en esta parte de España aun no nos demos cuenta. Todavía hace calor pero ya se perciben olores y colores otoñales en el ambiente. Delante de mi ventana, sobre el ordenador en el que escribo habitualmente, apenas hace unos días me relajaba con los infinitos verdes que las hojas de las moreras vestían a contraluz. Su frondosidad me impedía curiosear a los vecinos de enfrente. Ayer mismo las visitaron los empleados del Ayuntamiento y les fueron cortando hoja a hoja y rama a rama, los recuerdos cálidos del verano, de las siestas y de las vacaciones hechas para descansar, en las que nadie descansa. Las hojas verdes han dado paso a una luz fría, más limpia, más triste y apagada que deja ver también a los vecinos asomados a la ventana para encender un cigarrillo a escondidas del no fumador.
Los ciclos estacionales vuelven con cierta rutina. Cada otoño repetimos quehaceres: Se podan los árboles que piden a gritos una renovación de imagen con vistas a la primavera siguiente. Empieza el colegio. Los niños, cansados del ajetreo de los adultos con sus pesadas normas bajo el brazo, anhelan la algarabía de sus amigos y compañeros en el patio de la escuela; Se guarda la ropa de verano, se saca la ropa de abrigo, nos desprendemos de la que no nos sirve o compramos la que necesitamos, en ese ir y venir consumista a los grandes almacenes. Repetimos, repetimos y repetimos.
Es un tiempo de mutación y descanso: Nos despojamos de lo que ya no nos vale y nos preparamos para recogernos a la solana de nuestros hogares, lejos del ruido social…
Mientras, como queriendo hacer invisible el truco de  magia transformador de la vida, todo va adormeciéndose; Los árboles desnudos disimulan que forman parte del paisaje; Las plantas ocultan sus semillas para sorpresa de venideras primaveras; La gente huye de los espacios bulliciosos que el verano emborrachó de ruidos y baños para volver a reorganizar su espacio. Y los colores, tostados por el ardiente sol del pasado verano, se van convirtiendo en hermosos amarillos, dorados, ocres o sienas y envolviéndose con la tierra, van arropando las semillas que luego se convertirán en un arco-iris de color…
  Una mirada atrás me hace revivir emociones que en otro tiempo viví con intensidad pero sin conciencia. Necesarios son los recuerdos, me digo, que endulzan, a veces amargan y otras tantas salpimientan la existencia: Sabores, colores, emociones... sensaciones que pasadas por el tamiz de mi otoño personal, se asemejan a pinceladas de la paleta de la vida. Esta vida que hasta ahora, recuerdo, está manchada de rojos intensos y apasionados; de blancos áridos, agobiantes, cargados de desazón; de verdes amargos, esperanzados, reflexivos y relajantes; de azules fríos, racionales o apacibles y de naranjas optimistas y esplendorosos... Últimamente aparece también el elegante violeta con su tinte de añoranza y término de viaje...
  Mi paleta ha sido variopinta. La incansable búsqueda de la belleza me ha transportado a lugares concretos o imaginados pero vistos con los ojos de la emoción. He buscado la luz, la penumbra, la sombra, el brillo, la oscuridad, la medida, la alegría, la tristeza, el espacio, el tiempo, la compañía, la soledad... Intenté colocarlos en el sitio adecuado a mi visión de lo bello para que colgados del instante del tiempo, sirvieran de recreo visual.
  Mis experiencias vividas son las que fueron creando esta surtida paleta. Fueron ellas las que se incorporaron en la cantidad adecuada, el tono y la proporción justas, para que cada pincelada se precipitara sobre el lienzo, unas veces con serenidad, medida y cautela, incluso miedo, y otras con la fuerza e intensidad que el estado de ánimo me dictaba. Siempre he pintado el mundo dejándome llevar del corazón.
  No recuerdo cuándo fui consciente de la hermosura de los colores, sí de las emociones que me producían con apenas tenía cuatro años...
  Miro el reloj del móvil. Enfrascada con estas reflexiones, he olvidado que apenas queda una hora para la inauguración. !Dios!... Me levanto de la mecedora como un rayo, voy impaciente de acá para allá, sin saber a qué, abro cajones, saco ropa y la voy tirando sobre la cama de manera compulsiva, pido opinión a mi hija sobre lo más adecuado de esto o aquello… Y comienza la frenética lucha contra el reloj y contra mi pereza.
  Sin saber cómo, el tiempo se acaba. Busco un espejo y me observo intentando tranquilizarme. La imagen que veo a través de él me devuelve a una persona más sofisticada y distante que la que diariamente se enfunda en la bata manchada y los vaqueros salpicados de pintura. Es posible que tenga unas cuantas arrugas más tras el maquillaje con el que trato de ocultarlas cuando la ocasión lo requiere. El pelo, tan sumamente corto y blanco, brilla inusual gracias a la cera que mi hija me prestó esta mañana. Creo que le añade un toque elegante. Me resulto atractiva. No soy yo, pero me gusto. Fue un acierto comprar esta túnica de seda “tapalotodo”, que disimula mis ya decadentes formas. El pantalón negro y los zapatos de medio tacón realzan mi figura… "¡Qué buena estás!" diría el profesor con cierta complacencia.
   Me examino unos instantes con interés… Ahora que nadie me ve, ensayo posturas, miradas, perfiles que me sorprendan favorablemente, como si los viera en otra persona. Necesito observar, hasta el más mínimo detalle, la imagen que me devuelve el espejo, como si no fuera yo, como si fuera una persona ajena a la que puedo criticar sin piedad. La aprobación que yo le dé ayudará a encontrarme más segura delante de las personas que concurran esta noche a la inauguración.
  Una vez en el coche me distraigo con nuevos pensamientos para olvidar el viaje. El coche me angustia. Desde luego que prefiero el tren por lo cómodo y porque, aunque viaje en compañía puedo elegir estar sola... Como el viaje por la vida…
 Cuando viajo en tren, para hacer más llevadera la agonía del tiempo y la distancia, también voy repasando escenas vividas: Analizo y sopeso actuaciones o decisiones que a veces tomo a la ligera, hago mis consideraciones sobre  los errores y aciertos  o preparo mentalmente  las acciones que he de acometer una vez  llegue a mi destino.
  Últimamente los viajes me han dado la oportunidad de reflexionar sobre la vida. Las horas en el tren lentas y aburridas se hacen insoportables con su monotonía y cadencioso movimiento. Algunas veces cierro los ojos y voy evocando al ritmo del paisaje que se percibe a través de mis ojos entreabiertos y de la ventanilla, escenas fantásticas o vivencias que me distraen de la lenta agonía de las horas.
   Ello me permite jugar con mis pensamientos: La vida es un viaje en el que las metas claras se mantienen lejanas y cambian poco, mientras la vida diaria pasa y la consumimos con tanta celeridad que apenas la saboreamos. Los árboles nos impiden ver el bosque.
  Intento pensar y repasar algunos de los acontecimientos pasados,  sopesarlos, tratar el modo de retocarlos, buscarles coherencia o justificación. Distraigo la mirada en el paisaje que va cambiando al ritmo del tren; pueblos en la lejanía tan diminutos como mecanos infantiles, ciudades inmensas al paso del tren; campos con los surcos dibujando una convergencia en movimiento, bosques, árboles en hilera, casitas sueltas por aquí y por allá, huertas con el verdor en variados matices,  gentes campesinas atareadas en trabajar la tierra, absortas en lo que tienen bajo los pies. Pienso si ellas serán tan conscientes como yo de que forman parte de un hermoso paisaje, que pueden ser los protagonistas perfectos de un cuadro artístico jamás imaginado. Lo pinto, sí, lo pinto con mi pincel mental, ese con el que llamo al sueño si tengo dificultades para dormir; con el que disfruto en los momentos de soledad cuando no tengo a los míos cerca; con el que aprendo descubriendo maneras o formas de ver la vida y con el que trato de equilibrar mis emociones. Esbozo sombras por aquí, luces por allá, ensayo lienzos, pruebo papeles, juego con los colores, hago mezclas en mi paleta de cristal, estudio la situación de los personajes, preparo la  composición. Y contemplo mi obra acabada...
  Acompasada con ritmo del tren, de pensamiento en pensamiento, de imagen en imagen o de uno a la otra, paso con tanto placer por tantas historias interiores y exteriores que el viaje se hace incluso placentero. Hasta me parece más corto de lo que había esperado. La única contrariedad es advertir que la llegada a mi destino supone la lejanía de mi mundo diario, de mi casa y de los míos... Pero todo forma parte de la vida y también la vida me espera a la llegada.
Esta tarde, es el coche y no el tren el que me acerca a la sala de exposiciones donde inauguro. Estoy nerviosa y necesito fantasear para olvidarme del maldito viaje, pero a medida que voy acortando distancias con la sala, me va asaltando un temor desconocido y un impulso extraño de huir muy lejos, "al infinito y más allá" que dirían mis nietos, con todas mis obras, las que ya no tengo y las que me esperan colgadas, a lomos de Pegaso y a galope sobre el arco-iris…
Al llegar la noche, desde mi ventana el mar se ve de colorines..