07 febrero 2011

“Pues confío en que tales serán mis manos, que ellas dirán quién soy.” ( Benvenuto Cellini)

Las manos hablan. Algunas veces más que las palabras. Incluso más que cualquier imagen. Sólo con observar esa parte del cuerpo se puede comprobar que las manos van indefectiblemente unidas a la persona que las merece: Manos grandes, seguras; pequeñas, espontáneas; anchas, detallistas, afectivas; largas, soñadoras; blancas, delicadas; regordetas, cortitas, nervudas, arrugadas, tersas…
Cuando yo tenía doce años, una vecina de la tita Emilia, en la calle Cerrada de Serranos, cuidaba sus manos con glicerina y limón para que se mantuvieran siempre blancas y suaves. De este modo aparentaba finura y delicadeza; una moda que pretendía disimular la clase humilde a la que se pertenecía. Yo las admiraba recordando aquellas de los cuentos de princesas que leía en lugar de las horas de estudio.
Las manos también siguen la moda para los hombres. Menos preocupados por su aspecto, tenerlas rudas y llenas de callos era, al menos en mi juventud, signo de trabajo y responsabilidad, o virilidad…
 Siendo jovencita, cuando ayudaba en algún trabajo físico en el que debía usar un martillo o algún otro apero por mucho tiempo, me quejaba de las huellas que causaban los instrumentos en mis manos. Mamá me decía que debía estar orgullosa de las grietas, ampollas o callos, ya que significaban que era una niña muy trabajadora. Sin embargo, cuando comencé a trabajar de maestra con diecinueve años, tenía que cuidarlas… Entonces mis manos debían tener un aspecto delicado. Manos de “señorita”.
En un acontecimiento social no sólo es importante el vestido o el arreglo facial, las manos juegan un papel esencial. En esas circunstancias, una no sabe cómo ponerlas, o dónde colocarlas, tiende a ocultarlas torpemente. Se tiene la sensación de que todas las miradas se concentran en ellas y se recurre al bolso que suele sacar de apuros...
Hubo un tiempo en que iba con asiduidad a espectáculos de Ballet. Me embelesaba con el movimiento ondulante y armonioso de las manos de la bailarina pintando en el aire líneas invisibles al ritmo de la música. Eran un hechizo para mí. Sus movimientos se me presentaban tan expresivos, que más que danzar cantaban…Eran a la vez música y palabra. O música, palabra y color…Y es que las manos pueden tocar, acariciar. Pueden hablar, cantar, expresar, pintar…
Hace tiempo que venía pensando en crear un blog sólo para exponer mis trabajos en seda. Después de varios intentos y algunos fracasos, he conseguido abrir éste que se llama JARA/ SEDAS. Os invito a entrar en él y dar vuestra opinión.
 Nace sólo con el deseo de exponer otra forma de expresarme con las manos; Descubrir la delicadeza y elegancia de la seda y desear que mis manos os muestren cómo soy.            
                                                                                  beJARAno

3 comentarios:

Acuarelas Ferrero dijo...

Que mejor lenguaje que el de las manos, pues como bien dices, con ellas se puede hablar, tocar, acariciar, sentir y por supuesto y en el caso de los artistas plástcos, expresarse.En fin un lenguaje de lo más universal, ¡enhorabuena por el relato!

JUANA dijo...

Preciosos trabajos,
valiosas manos.
Un abrazo.

Jara dijo...

Gracias a los dos por los comentarios. Meson muy valiosos