“A GALOPE SOBRE EL ARCO-IRIS”
Sentada en la vieja mecedora del yayo contemplo
las plantas del patio. Las veo un poco desangeladas. Me doy cuenta que algunas
están con necesidad de poda y otras amarillean un poco.
Estaban espléndidas hace unas semanas a pesar de los rigores del sol, pues el
toldo y los continuos riegos las han protegido. Hoy, el verde de la
hierbabuena, del perejil, la palmera, los potos, heliotropos y rosales, comienzan
a amarillear y las flores apenas declaran su color original. El calor del verano
las ha agostado, pienso. Después, caigo en la cuenta que ya ha empezado el
otoño, aunque en esta parte de España aun no nos demos cuenta. Todavía hace
calor pero ya se perciben olores y colores otoñales en el ambiente. Delante de
mi ventana, sobre el ordenador en el que escribo habitualmente, apenas hace
unos días me relajaba con los infinitos verdes que las hojas de las moreras vestían
a contraluz. Su frondosidad me impedía curiosear a los vecinos de enfrente.
Ayer mismo las visitaron los empleados del Ayuntamiento y les fueron cortando
hoja a hoja y rama a rama, los recuerdos cálidos del verano, de las siestas y
de las vacaciones hechas para descansar, en las que nadie descansa. Las hojas
verdes han dado paso a una luz fría, más limpia, más triste y apagada que deja
ver también a los vecinos asomados a la ventana para encender un cigarrillo a
escondidas del no fumador.
Los
ciclos estacionales vuelven con cierta rutina. Cada otoño repetimos quehaceres:
Se podan los árboles que piden a gritos una renovación de imagen con vistas a
la primavera siguiente. Empieza el colegio. Los niños, cansados del ajetreo de
los adultos con sus pesadas normas bajo el brazo, anhelan la algarabía de sus
amigos y compañeros en el patio de la escuela; Se guarda la ropa de verano, se
saca la ropa de abrigo, nos desprendemos de la que no nos sirve o compramos la
que necesitamos, en ese ir y venir consumista a los grandes almacenes.
Repetimos, repetimos y repetimos.
Es
un tiempo de mutación y descanso: Nos despojamos de lo que ya no nos vale y nos
preparamos para recogernos a la solana de nuestros hogares, lejos del ruido
social…
Mientras,
como queriendo hacer invisible el truco de
magia transformador de la vida, todo va adormeciéndose; Los árboles
desnudos disimulan que forman parte del paisaje; Las plantas ocultan sus
semillas para sorpresa de venideras primaveras; La gente huye de los espacios
bulliciosos que el verano emborrachó de ruidos y baños para volver a reorganizar
su espacio. Y los colores, tostados por el ardiente sol del pasado verano, se
van convirtiendo en hermosos amarillos, dorados, ocres o sienas y envolviéndose
con la tierra, van arropando las semillas que luego se convertirán en un arco-iris
de color…
Una mirada atrás me
hace revivir emociones que en otro tiempo viví con intensidad pero sin
conciencia. Necesarios son los recuerdos, me digo, que endulzan, a veces
amargan y otras tantas salpimientan la existencia: Sabores, colores, emociones...
sensaciones que pasadas por el tamiz de mi otoño personal, se asemejan a
pinceladas de la paleta de la vida. Esta vida que hasta ahora, recuerdo, está
manchada de rojos intensos y apasionados; de blancos áridos, agobiantes,
cargados de desazón; de verdes amargos, esperanzados, reflexivos y relajantes;
de azules fríos, racionales o apacibles y de naranjas optimistas y
esplendorosos... Últimamente aparece también el elegante violeta con su tinte
de añoranza y término de viaje...
Mi paleta ha sido variopinta. La incansable
búsqueda de la belleza me ha transportado a lugares concretos o imaginados pero
vistos con los ojos de la emoción. He buscado la luz, la penumbra, la sombra,
el brillo, la oscuridad, la medida, la alegría, la tristeza, el espacio, el
tiempo, la compañía, la soledad... Intenté colocarlos en el sitio adecuado a mi
visión de lo bello para que colgados del instante del tiempo, sirvieran de
recreo visual.
Mis experiencias vividas son las que fueron
creando esta surtida paleta. Fueron ellas las que se incorporaron en la
cantidad adecuada, el tono y la proporción justas, para que cada pincelada se
precipitara sobre el lienzo, unas veces con serenidad, medida y cautela,
incluso miedo, y otras con la fuerza e intensidad que el estado de ánimo me
dictaba. Siempre he pintado el mundo dejándome llevar del corazón.
No recuerdo cuándo fui consciente de la
hermosura de los colores, sí de las emociones que me producían con apenas tenía
cuatro años...
Miro el reloj del
móvil. Enfrascada con estas reflexiones, he olvidado que apenas queda una hora para
la inauguración. !Dios!...
Me levanto de la mecedora como un rayo, voy impaciente de acá para allá, sin
saber a qué, abro cajones, saco ropa y la voy tirando sobre la cama de manera
compulsiva, pido opinión a mi hija sobre lo más adecuado de esto o aquello… Y comienza
la frenética lucha contra el reloj y contra mi pereza.
Sin saber cómo, el
tiempo se acaba. Busco un espejo y me observo intentando tranquilizarme. La
imagen que veo a través de él me devuelve a una persona más sofisticada y
distante que la que diariamente se enfunda en la bata manchada y los vaqueros
salpicados de pintura. Es posible que tenga unas cuantas arrugas más tras el
maquillaje con el que trato de ocultarlas cuando la ocasión lo requiere. El
pelo, tan sumamente corto y blanco, brilla inusual gracias a la cera que mi
hija me prestó esta mañana. Creo que le añade un toque elegante. Me resulto
atractiva. No soy yo, pero me gusto. Fue un acierto comprar esta túnica de seda
“tapalotodo”, que disimula mis ya decadentes formas. El pantalón negro y los
zapatos de medio tacón realzan mi figura… "¡Qué buena estás!" diría
el profesor con cierta complacencia.
Me examino unos instantes con
interés… Ahora que nadie me ve, ensayo posturas, miradas, perfiles que me
sorprendan favorablemente, como si los viera en otra persona. Necesito observar,
hasta el más mínimo detalle, la imagen que me devuelve el espejo, como si no
fuera yo, como si fuera una persona ajena a la que puedo criticar sin piedad.
La aprobación que yo le dé ayudará a encontrarme más segura delante de las
personas que concurran esta noche a la inauguración.
Una vez en el coche me
distraigo con nuevos pensamientos para olvidar el viaje. El coche me angustia.
Desde luego que prefiero el tren por lo cómodo y porque, aunque viaje en
compañía puedo elegir estar sola... Como el viaje por la vida…
Cuando viajo en tren,
para hacer más llevadera la agonía del tiempo y la distancia, también voy
repasando escenas vividas: Analizo y sopeso actuaciones o decisiones que a
veces tomo a la ligera, hago mis consideraciones sobre los errores y aciertos o preparo mentalmente las acciones que he de acometer una vez llegue a mi destino.
Últimamente los
viajes me han dado la oportunidad de reflexionar sobre la vida. Las horas en el
tren lentas y aburridas se hacen insoportables con su monotonía y cadencioso
movimiento. Algunas veces cierro los ojos y voy evocando al ritmo del paisaje
que se percibe a través de mis ojos entreabiertos y de la ventanilla, escenas fantásticas
o vivencias que me distraen de la lenta agonía de las horas.
Ello me permite jugar con mis pensamientos:
La vida es un viaje en el que las metas claras se mantienen lejanas y cambian
poco, mientras la vida diaria pasa y la consumimos con tanta celeridad que
apenas la saboreamos. Los árboles nos impiden ver el bosque.
Intento pensar y
repasar algunos de los acontecimientos pasados,
sopesarlos, tratar el modo de retocarlos, buscarles coherencia o justificación.
Distraigo la mirada en el paisaje que
va cambiando al ritmo del tren; pueblos en la lejanía tan diminutos como
mecanos infantiles, ciudades inmensas al paso del tren; campos con los surcos
dibujando una convergencia en movimiento, bosques, árboles en hilera, casitas
sueltas por aquí y por allá, huertas con el verdor en variados matices, gentes campesinas atareadas en trabajar la
tierra, absortas en lo que tienen bajo los pies. Pienso si ellas serán tan conscientes como yo de que forman parte de un hermoso paisaje, que pueden
ser los protagonistas perfectos de un cuadro artístico jamás imaginado. Lo
pinto, sí, lo pinto con mi pincel mental, ese
con el que llamo al sueño si tengo dificultades para dormir; con el que
disfruto en los momentos de soledad cuando no tengo a los míos cerca; con el
que aprendo descubriendo maneras o formas de ver la vida y con el que trato de
equilibrar mis emociones. Esbozo sombras por aquí, luces por allá, ensayo
lienzos, pruebo papeles, juego con los colores, hago mezclas en mi paleta de
cristal, estudio la situación de los personajes, preparo la composición. Y contemplo mi obra acabada...
Acompasada con
ritmo del tren, de pensamiento en pensamiento, de imagen en imagen o de uno a
la otra, paso con tanto placer por tantas historias interiores y exteriores que
el viaje se hace incluso placentero. Hasta me parece más corto de lo que había esperado.
La única contrariedad es advertir que la llegada a mi destino supone la lejanía
de mi mundo diario, de mi casa y de los míos... Pero todo forma parte de la
vida y también la vida me espera a la llegada.
Esta tarde, es el coche y no el tren el que me acerca a la
sala de exposiciones donde inauguro. Estoy nerviosa y necesito fantasear para
olvidarme del maldito viaje, pero a medida que voy acortando distancias con la
sala, me va asaltando un temor desconocido y un impulso extraño de huir muy lejos, "al
infinito y más allá" que dirían mis nietos, con todas mis obras, las que
ya no tengo y las que me esperan colgadas, a lomos de Pegaso y a galope sobre
el arco-iris…
Al llegar la noche, desde mi
ventana el mar se ve de colorines..